Juan en el Paraíso

viernes, enero 09, 2009

/Agritudo/

So, quick, let's go!
It's time for a ride!
The future is yours.
No, wait, I lied!
It is not yours.
It is a replica
Of scattered ash and the road the rain's on...
Destroyer- What Road


A las tres de la tarde de un martes lluvioso jugaba con envoltorio vacío de azúcar en el clásico bar puanícola que está en Callao y Corrientes. Martín se había retrasado una hora, lo que en el tiempo paralelo de su mundo misterioso no era más que unos pocos minutos. Barajaba cuál sería la noticia tan importante que tenía que darme que no podía esperar hasta la cena de esa noche en mi casa. El agua de lluvia golpeaba fuertemente contra la vidriera del bar, dibujaba formas extrañas que eran aun más extrañamente interpretadas por mí, al punto tal que un psicoanalista jamás podría haber considerado otra opción que encerrarme por psicótico. Pero la real psicosis que yo atravesaba poco tenía que ver con métodos alemanes de análisis de imágenes, por el contr­­­­­­ario los silencios de Martín y sus premuras no anónimas, sino con voluntad de anonimia no podían vaticinar algo positivo.
No sabía como acomodarme en la silla. Estiraba las piernas, las cruzaba, apoyaba la cabeza sobre la mesa, rompía el papel del ticket de cobro, analizaba estética y estilísticamente la carta del menú y fisgoneaba todo lo que podía las conversaciones que mantenían un grupo de taxistas mientras jugaban al billar. Todo el espacio había sido analizado de forma detalla, casi como la exhaustiva descripción de un novelista del realismo decimonónico.
Martín llegó y entró por la puerta como una ráfaga negra. No vestía el impermeable azul que habíamos comprado juntos en San Telmo en tiempos inmemoriales así que me costó distinguir que era él. Estaba todo mojado y las gotas de agua le corrían por el cuello. Le hice una seña para que me reconociera y se acercó con cierta petulancia, como un pavo real que va agitando sus plumas elegantemente mientras camina por un prado verde. “Hola amor” le dije. No contestó el saludo. Se desplomó en el asiento como si se tratara de un helado de crema que se había quedado al sol. “¿Te pasa algo Martín?” pregunté con más miedo que preocupación. Me miró a la cara, aunque me di cuenta que sus ojos no enfocaban los míos, sino que miraba la imagen del televisor que estaba atrás mío. “Federico”, dijo. No podía ser bueno, él nunca me llamaba Federico, salvo que algo apocalíptico estuviera por pasar. No me atreví a contestar ese temerario vocativo, así que llamé al mozo y le pedí un café. “Federico, yo quería hablar con vos porque pasó algo inesperado”, yo lo miré y mientras le secaba unas gotas de lluvia de la frente con una servilleta de papel le dije: “¿Qué pasa Martín? El silencio lo controló por unos diez o quince minutos, todo lo que se escuchaba era el ruido de las tazas de café que los mozos acomodaban en la estantería de metal, las risas de los taxistas, la lluvia golpeando contra el vidrio y un griterío difuso que salía del televisor.
Me miró detenidamente y sus labios se movieron. No escuché nada de lo que dijo porque en ese mismo instante el dueño del bar subió el volumen del televisor. “¿Qué dijiste?, no te escuché” volví a preguntar. Escuché el silbido de su suspiro asmático y repitió, muy a su pesar creo: “Me encontré con Geraldine y queremos recomponer lo nuestro”. Creo que mi mandíbula se desencajó y sólo podía escuchar el sonido del televisor: “Yo no le voy a contestar porque para mí es como un decorado porque está reemplazando a la señora Stegmann. Así que es una auxiliar, una suplente. ¡Y no me doy por aludida! Como sabe que tiene un papel de suplente y se va en una semana, ya con los cornalitos tuve bastante”
Traté de entender qué era lo que me estaba diciendo pero no podía dejar de repetir en mi cabeza la voz de Moria Casán. “Contestále, contestále al otro gato.” Decía la Rucci a lo lejos y casi en un plagio súbito Martín esperaba que yo conteste.
“Así que te volviste a juntar con esa mina… y ahora ¿qué carajo se supone que vas a hacer conmigo?” Le dije con el tono más imperceptible que tenía y con la boca muy seca por los nervios. Martín no podía sostener la mirada, no sabía que decir muy posiblemente porque no tenía nada más que decir. “Yo te quiero mucho Fede, pero yo quiero armar mi vida de una vez por todas” dijo. “¿Armar tu vida? Pregunté mientras me retenía el llanto en la traquea. ”Lo que usted dijo con respecto a los contratos y al jurado, y yo no tengo nada que ver porque no soy empresario, no es inocente. Usted es inteligente, ¿para qué lo hizo? ¿Para dar que hablar?
-No, yo conté una experiencia que me pasó el año pasado y este año yo veía que venía por ese lado y que faltaba poco para que desembarque todo lo que está pasando hoy. Pero no lo digo yo, lo dicen en todos los programas de televisión
- ¿Y a usted en qué la salpica?”
“¿A mí te pensás que esto no me afecta? ¿Quién carajo te pensás que soy? ¿Vos sabés lo que yo quiero para mi vida? ¿Alguna vez me lo preguntaste?
“Opino porque a mi me paso algo parecido el año pasado”
“Fede, yo tengo algo con vos que no puedo explicar, pero yo necesito seguridad para rehacer mi vida. Y… lo nuestro no puede funcionar desde ese lugar” Decía sin mover demasiado la boca, como intentando ocultar sus ásperas declaraciones del resto de la concurrencia. Yo, en cambio, no paraba de gesticular como una sacerdotisa poseída y de mover las manos al punto tal que volqué un vaso de soda sobre la mesa.
“Seguramente el motivo del clip con esa leche derramada hace que Celina, que viene por unas pocas semanas, vuelque mala leche en el certamen”
El ruido del vaso de vidrio se multiplicó en mil repeticiones, haciéndose escuchar en todo el salón. Martín perturbado por la escena me agarró del brazo y me dijo: “¡Federico, por favor mirá lo que haces!” Sus ojos se volvieron cuchillas amenazadoras. Lo miré y me maquillé una sonrisa de bronca, cinismo y dolor.
Y yo a esa sonrisa le voy a contestar, me lo guardé hasta ahora con la oferta que me hiciste el año pasado un día que me dijiste: “Si firmo con vos me salvás” Y yo te dije, y el testigo es Cherutti
-¡Pará, pará Gerardo!
-Viniste a mi camarin y…
-¡Yo estaba dando una nota diciendo, que por ahí firmaba con Cherutti y tu contador llamó a mi marido, para decirle “Ya tiene que firmar conmigo”!”
“Lo único que te importa es quedar mal, ¡sos un hijo de mil putas, Martín!” Le grité mientras intentaba zafarme el brazo. “¿Qué mierda es tener una vida más tranquila?, ser más heterosexual supongo… ¡sos puto Martín, bancátela! Deja de jugar al chico social y aceptá de una vez quien carajo sos” Su brazo agarraba el mío, pero sus ojos no querían/podían/se permitían mirar los míos. Sabía que tenía razón que quería tener la vida correcta, esa vida de la que su padre se sentiría orgulloso; y un homosexual no encajaba ahí.
“¡Yo te dije que no me interesaba firmar con vos! ¡Así que no te hagas la santa!”
“Yo nunca te prometí nada Fede” me dijo tratando de calmar la tempestad que tenía en frente. “Creo que buscamos cosas diferentes y esto no puede funcionar”
-¡Yo de santa no tengo nada, pero vos tampoco!
“Funcionar”. Eso era lo que para Martín era la vida… situaciones que pueden o no pueden funcionar, con suma liviandad quería enterrar no sólo todo un pasado abominable, sino también el presente más inmediato que había resultado bueno. “Decime… ¿cuándo la viste a ella?” pregunté con lágrimas en los ojos y abollando con las manos una servilleta de papel.
“-Además que te eché de mi camarin lo llamé a Miguel Ángel Cherutti y le dije quedáte tranquilo.
-Miguel estaba más que tranquilo porque ya hacía meses que habíamos firmado.”

Su silencio incomodo dejaba entrever aún mas cosas ocultas y una vez más mi paranoia me daba la razón: “Lo venimos hablando desde hace un tiempo” dijo agarrándose la cabeza como buscando empatía conmigo.
Me sentí como si una claraboya de cristal de astillara en mil pedazos sobre mi cabeza, y casi podía sentir uno a uno los vidrios calvándose encima mío.: “¿Te acostaste con ella?” contestó “Si”: sentí mil vidrios clavándose en mi hombro. “¿Hace cuánto que sabías que me ibas a dejar? contestó: “Lo decidimos hace unas semanas”. Ese plural fue una herida que me atravesó desde la cabeza a los pies.
“Perdonen que haya tenido un intercambio con el jurado, pero yo también me la guardé hasta acá”
“Yo también me la guardé hasta acá” dijo la Rucci. Yo también me había guardado hasta acá muchas cosas y era el momento de abrir la boca de una vez y para siempre. “Sabes que Martín”, le dije mientras guardaba unas cosas en mi bolso. “Vos sos un cadáver, nunca vas a tener vida porque te refugias en lo que crees que te hace bien, en aquello que tapa tus miedos. No sos un hombre, no sos nada. Te crees que la vida es cruel, ¡Despertáte! Estás tan atemorizado con todo que no sabés ni lo que querés. Yo no puedo amarte, nadie puede amarte, Martín; dejá de escudarte en los otros y por una puta vez admití que no tenés idea de un carajo. Yo ya terminé, el café está pago”. Me levanté y salí.

1 Comments:

  • At 4:30 a. m., Blogger Paula Ruggeri said…

    Juan. siempre hallé algo que conmovía en tus ojos negros, tan expresivos. Ahora , leyéndote, sé que es.
    tantas veces en los manuales te hablan de recursos narrativos, expresivos, vos simplemnte sos expresivo.Narras, como si estuvieras contando un viaje, pero es sólo una escala junto al fuego: tu viaje continúa. Se sienten los mil cristales en tu hombro (alguna vez escribí que una copa de cristal se rompió en mi oido)Juan, si Oscar Wilde, el luminoso, estuviera acá, te leería.

     

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