Juan en el Paraíso

domingo, abril 15, 2007

Mientras se tocaba los labios





A Walter


Se toca los labios y se pregunta. ¿Se pregunta? Por qué en una noche de lluvia como hoy hubo de recordar a aquella persona, creyó que los mares del tiempo la habían alejado para siempre de la caja de cartón de sus recuerdos. Pero no, ahí estaba, como una imagen clara e impalpable, como un recuerdo fugaz que se ensaña con algún cuerpo, con cualquier cuerpo, con el de Walter como aquella primera vez. Igual que todas las veces en las que habría deseado saber si de verdad lo amaba. Es difícil conocer los pensamientos de los otros.
Martín tenía esa defectuosa cualidad nunca se podía saber que estaba pensando o si verdad disfrutaba la companía y la convivencia. Su actitud era todos los días la misma, como si intentáramos reflejar en múltiples espejos una situación pintada sobre un lienzo. La imagen soñada del campesino que ara la tierra y la de su mujer que lo contempla desde el balcón de la casa se multiplicaría infinitamente por el juego de los reflejos y de las formas cristalinas. Pero así era Martín una violenta sucesión de silencios interrumpidos y retomados y Walter siempre lo contemplaba, como la esposa al granjero.
Pocas veces podía lograr que los bellos ojos verdes de Martín se crucen en un relámpago con los suyos. El fuego de una pasión anterior estaba vendado y sepultado por el sarcófago de la rutina. En el departamento ya no se escuchaba Jazz como en los primeros años, solo adornaba la atmósfera del lugar un concierto brindado por las llamadas a los celulares. Trabajo, obligaciones, prejuicios, todas formas aleatorias del veneno.
Esa noche de lluvia Walter espero y esperó la llegada de Martín, como siempre, como si fuera la última vez. Esa noche había tomado las esquirlas de valor que le quedaban y había armado un bolso con la ropa imprescindible. Había empacado sus zapatos favoritos y unas cuantas remeras, llevaba puesto aquel pulóver de hilo que había comprado hacía unas semanas. Mientras guarda con nerviosismo las últimas prendas, el ruido de la llave abriendo la puerta se clavó en sus oídos como un puñal filoso. El momento había llegado, miraría a Martín a la cara y le diría que lo que tenían ya no iba mas. Tomaría sus cosas y se marcharía a la casa de su hermana.
Cuando Walter salió del cuarto vio a Martín sentado en el sillón en silencio, el silencio dominaba la escena como de costumbre. Pero aquella vez era un silencio mas profundo, como si en verdad toda la creación estuviese callada esperando a que algo suceda. Walter miro a Martín y le comunicó su unilateral decisión de marcharse de la casa. Martín nunca contestó, pero sus ojos verdes estaban puestos sobre la ventana. Walter se sintió agobiado por la situación y fue por unas aspirinas que aún guardaba en el cajón del baño. Mientras abría la caja de aspirinas con un extremo nerviosismo, dejó caer el vaso en el que se había servido el agua.
La mañana siguiente Walter pensó en la esposa del granjero mirando desde la ventana, mirando al hombre que tal vez había amado durante 40 años. Reflexionaba asomado a la ventana del departamento mirando hacia abajo. Walter casi alcanzaba a ver las baldosas donde la noche anterior Martín decidió recostarse. Mientras tomaba el agua pensaba que su vida no era diferente a aquel cuadro dibujado en su memoria, él no era diferente a la esposa del granjero.


Buenos Aires, Noche de Marzo