Juan en el Paraíso

domingo, junio 07, 2009

Colgado de una estrella

Llenaba la bañera y veía caer el agua del grifo. Siempre pensé que el agua era el más extraño de los elementos. Sin olor, sin gusto, sin sabor y con su naturaleza inabarcable. Abrazar el agua es deshacerla con tocarla. Dejaba un camino de ropas en el suelo, regadas como manchas deformes sobre la cerámica blanca. El primer impacto espasmódico de mi cuerpo en la tina por el contacto con el agua fue el dato que me anunció que iba a hacerlo, luego de mucho meditar. Mientras el agua hacía un sonido de chillido, mientras salía del grifo de bronce del baño de mi casa, de la casa que había sido de mis abuelos. Mis brazos flotaban sobre el nivel del agua y parecían la mítica isla de San Brandán, donde el torso de un monstruo mitológico escondía una ciudad misteriosa; pero por fuera de los libros que habían adornado y embellecido mis tardes, mis noches y mis días, volvía la imagen del pasado en donde mis piernas se vuelven unas botellas verdes y amarronadas que flotan entre cubitos de diamante para enfriar las bebidas en el día de navidad. A mis tres años corro por toda la casa esperando abrir los regalos que me van dar mis padres escondidos tras el rostro amable de un viejo conocido. Trato de agarrar una botella que, con mis manos cortas, no puedo alcanzar y que tan sólo llego a acariciar. Me queda la etiqueta viscosa y mojada sobre el envase de vidrio que es más escurridizo que una corvina. Y veo a mi abuelo parado en la punta del muelle viejo de Quequén, con un hueco en el suelo de piedra que deja ver el mar abajo de mis pies. Ahí por primera vez veo a un pez saltar del borde del muelle otra vez al mar, se quiere salvar, se arroja con toda su fuerza de nuevo al agua. El agua seguía subiendo y vi mis manos blancas desdibujadas abajo del agua clara, y veo a mi hermano moviendo sus patitas de bebé un verano en la piscina de la casa quinta de los padrinos de mi viejo, salpicando y mojando a todos. El agua comenzaba a llegar la jabonera y yo con el pelo mojado, olía el aroma del jabón disuelto en la tina, y cuando cerraba los ojos sentía que el agua me tomaba de la mano. Y tengo seis años y mi abuela me tiene la mano en el jardín de su casa y me pide que la ayude a cortar jazmines. Ese aroma que me hace acordar el verano, la mañana leyendo Salgari en el patio a la sombra de los jazmines, una pausa al mediodía para almorzar y un rato de silencio hasta las tres para salir a jugar a la puerta. La bisagra de la puerta del baño hizo un ruido y sentí el golpe del picaporte justo en mi oreja y escucho el ruido seco que hace mi cuerpo contra el piso cuando mi papá me dice que mi abuelo se murió, y entro al cuarto y donde estuvo acostado por cuatro años no hay nada, veo la colcha extendida y un espacio vacío. El agua subía y, totalmente embebido en ella, extendí el brazo para tomar del banco de las toallas un cuchillo. Lo miré y veo a mi viejo cortando un pedazo de asado y dándome de comer en la boca con un tenedor. Corté mi brazo izquierdo y pareció que trazaba una raya con crayón rojo y veo a mi mamá, como tantas veces sentada en la mesa pintando de rojo, de azul y me mira y me sonríe y veo que me llama para darme algo y saca de la cartera un chocolate blanco y sonríe al final de un pasillo con mi libro en la mano y me abraza, y siento su perfume, el mismo que cuando se iba a trabajar a la mañana sentía, el mismo cuando me dejaba una chocolatada en la mesa. El agua se fue tiñendo de un rojo intenso que mientras más miraba, más me adormecía, más me hipnotizaba y veo un vaso de granadina sobre la mesa de un bar bajo las estrellas y la mirada cabizbaja de Darío diciéndome que no podemos seguir juntos y yo siento que el pecho se sofoca y tiro el vaso por accidente y derramo todo el liquido y ví como desbordaba la bañera, como el agua roja invadía todo el suelo y mojaba la ropa y corro con Carolina debajo de la lluvia ese día de octubre en Puerto Madryn y la ropa mojada comienza a pesar y me pesaban los ojos y tenía sueño entonces me acurruqué en la tina como si fuera un colchón y vi mi cicatriz en la cintura y veo como se estrella el auto contra la pared y me doy vuelta y estoy durmiendo en la cama de Berger y me abraza y siento que está a millones de kilómetros de distancia y el agua recorrió kilómetros de centímetros hasta afuera del baño y me ví pálido como un papel y me acordé de lo que me dijo mi papá que le pasaba a la gente que se moría y me vi colgado de una estrella y vi un dibujo de Principito colgado en la biblioteca del colegio y me vi subiendo y subiendo y haciéndome muy blanco y con un sueño muy pesado y un cuerpo muy liviano, pinté con tempera el suelo, y sigo subiendo y veo a mi tío y a mi abuela y veo al sol a la cara pero no me molesta, no me duele nada. Nada de nada.