Can I start again?
La vida siempre nos da segundas oportunidades. Creo que eso es lo que aprendí en este año que se esta consumiendo en su propio fuego. El otro día en terapia charlaba con el Lic. J.K. sobre lo mucho que me cuesta entender que, como dice la Cantilo, nada es para siempre. La eternidad resultaría tal vez aburrida o mas bien torturante, sin embargo ahora pienso que la eternidad de los afectos es una utopía. He aprendido mi lección. Pero si bien los afectos no son eternos y están sujetos a las mareas del tiempo y del instante, muchas veces la vida nos ofrece retomar viejas partidas.
Algo en relación con eso me sucedió en estos últimos meses. El reencuentro con un otro del que uno se había distanciado es por momentos un doloroso transe que nos pone a reflexionar sobre la frontera entre literatura y realidad. Muchas veces había fantaseado en mis horas huérfanas de actividades cómo sería el reencuentro con alguna ex-pareja, con algún familiar perdido o con uno de esos amigos que se habían apartado de mi lado. Relatos sumamente barrocos, cargados de un dramatismo difícilmente transferible. Frente a esas superproducciones dirigidas por el Oliver Stone que es el inconsciente humano, muchas veces el encuentro es tan sencillo como una llamada telefónica en medio de la noche. La simpleza narrativa despojada de toda artificiosidad propia del reencuentro entre dos sujetos distantes, provoca un sentimiento de inmovilidad.
La ficción, el artificio, el cosmético con el que disfrazamos de imágenes ideales un reencuentro es un modo de creer que en un punto la imposibilidad de una relación afectiva eterna no se consume sino que alterna con formas del silencio, con pausas narrativas, con blancos que marcan el inicio y el final de un verso.
¿Como se puede explicar haber compartido la intimidad de un cuerpo desnudo con alguien y que ahora tan solo pase a mi lado como si nada de eso hubiera acontecido? Esa sensación de espacio suspendido, de momento congelado. Esa tarde la calle Uruguay se volvió el cono del silencio por un momento. Nuestras miradas se cruzaron como en un relámpago y el silencio invadió todo en derredor. De la misma forma que en esa escena del bar de Vanilla Sky, cuando David desea que todo el bar se calle y así ocurre.
Los reencuentros son aleatorios y muy pocas veces pueden ser regidos por una norma de estilo o de género. Pero en tiempos de reestablecer viejas relaciones, de rever conductas, no hay espacio para la ficción, no hay momento para intentar darle un carácter épico a una charla en un bar, en la que se derraman unas cuantas lágrimas mientras se espera una porción de medialunas con gaseosa.
Eso lo sabemos los dos. Estamos inventando una relación de nuevo, siempre tuve debilidad por vos, pero el orgullo, el enojo y la ceguera muchas veces impidieron que vuelva a leer eso que siempre leí en tus ojos. No encontramos en ese altar aquella fría mañana de sábado, ahí a los pies de un mosaico bizantino nuestras miradas se cruzaron. Como se cruzaron el resto de espacios, situaciones y personas. Siempre esperaba volver a verte, no pudo ser en La Plata, fuiste mucho más temprano. Pero luego te tuve por todas las veces que antes no pude verte y luego te perdí todas las veces que te había encontrado y después me perdí a mi mismo en ese mundo que reflejaba mi propio espejo. Y luego llegó un correo, y después nos fugamos juntos a ese puente en Alemania. Subiste al tercer día y subí a buscarte, bajaste cuando llegó el verano y te seguí donde Eurídice. Me acostumbro a tus Eneros de ausencia sea del otro lado del Río o miles de millas al norte. Guardo con mucho cariño esa noche que compartimos preparando ese trabajo para Fernando. Esa comida rica de la otra cuadra, el modo en el que corrimos por la avenida bajo la lluvia, lo rápido que me dormí y las galletitas que me preparaste la mañana siguiente antes de ir al trabajo. ¿Podrás perdonarme algún día? Ya lo hiciste, pero esta oportunidad no puedo despreciarla. No puedo permitir que mis otros-yo mismo te desprecien.
La retórica del un encuentro desdice muchas veces lo que hemos aprendido en los claustros de una universidad. Con Jorge aprendimos que para Lacan una carta siempre llega a destino, sin embargo muchas veces el destinatario no responde. Es cierto toda carta espera una respuesta, como este texto mal puntuado que estoy escribiendo ahora. Todo lo que se dice y se escribe espera una respuesta. Aun no tengo la tuya, el reencuentro no efectuado pero constantemente obligado y cotidiano. Muchas veces el hablar a diario con aquel que se ha perdido es también un modo del reencuentro. Te veo todo el tiempo y siento lo que de seguro atravesó la cabeza de Grace al ver la figurillas de cerámica en el escaparate de la tienda de Dogville. Es un mundo alcanzable que se torna infinitamente lejano, muchas veces tu cercanía me demuestra la lejanía que tenemos.
Empezar de nuevo, esa ilusoria propiedad que tienen los calendarios, en pocos días todo habrá pasado y el conteo se reiniciará. Una nueva farsa se montará en escena. Cuando me levante en la mañana del primero de Enero de 2007 todo será igual que ayer, seguiré teniendo los mismos problemas, seguiré estando enamorado de vos que no me dejas en paz ni en sueños, seguiré queriendo cambiar mi vida, seguiré triste por mi papá y preocupado por la muerte. Seguiré enfrentando los embates diarios de la rutina y seguiré soñando con el momento de romper esas distancias que me alejan de algunos. Siempre tendré miedo de que todo se acabe, en fin nada es para siempre. Todo seguirá igual, de la misma forma. La diferencia es que tengo todo un año por delante para hacer algo con estas cosas. ¿Promesas vanas? claro que si, pero muchas veces gracias a vanidades y a pequeños engaños se puede atravesar esta selva oscura.
Algo en relación con eso me sucedió en estos últimos meses. El reencuentro con un otro del que uno se había distanciado es por momentos un doloroso transe que nos pone a reflexionar sobre la frontera entre literatura y realidad. Muchas veces había fantaseado en mis horas huérfanas de actividades cómo sería el reencuentro con alguna ex-pareja, con algún familiar perdido o con uno de esos amigos que se habían apartado de mi lado. Relatos sumamente barrocos, cargados de un dramatismo difícilmente transferible. Frente a esas superproducciones dirigidas por el Oliver Stone que es el inconsciente humano, muchas veces el encuentro es tan sencillo como una llamada telefónica en medio de la noche. La simpleza narrativa despojada de toda artificiosidad propia del reencuentro entre dos sujetos distantes, provoca un sentimiento de inmovilidad.
La ficción, el artificio, el cosmético con el que disfrazamos de imágenes ideales un reencuentro es un modo de creer que en un punto la imposibilidad de una relación afectiva eterna no se consume sino que alterna con formas del silencio, con pausas narrativas, con blancos que marcan el inicio y el final de un verso.
¿Como se puede explicar haber compartido la intimidad de un cuerpo desnudo con alguien y que ahora tan solo pase a mi lado como si nada de eso hubiera acontecido? Esa sensación de espacio suspendido, de momento congelado. Esa tarde la calle Uruguay se volvió el cono del silencio por un momento. Nuestras miradas se cruzaron como en un relámpago y el silencio invadió todo en derredor. De la misma forma que en esa escena del bar de Vanilla Sky, cuando David desea que todo el bar se calle y así ocurre.
Los reencuentros son aleatorios y muy pocas veces pueden ser regidos por una norma de estilo o de género. Pero en tiempos de reestablecer viejas relaciones, de rever conductas, no hay espacio para la ficción, no hay momento para intentar darle un carácter épico a una charla en un bar, en la que se derraman unas cuantas lágrimas mientras se espera una porción de medialunas con gaseosa.
Eso lo sabemos los dos. Estamos inventando una relación de nuevo, siempre tuve debilidad por vos, pero el orgullo, el enojo y la ceguera muchas veces impidieron que vuelva a leer eso que siempre leí en tus ojos. No encontramos en ese altar aquella fría mañana de sábado, ahí a los pies de un mosaico bizantino nuestras miradas se cruzaron. Como se cruzaron el resto de espacios, situaciones y personas. Siempre esperaba volver a verte, no pudo ser en La Plata, fuiste mucho más temprano. Pero luego te tuve por todas las veces que antes no pude verte y luego te perdí todas las veces que te había encontrado y después me perdí a mi mismo en ese mundo que reflejaba mi propio espejo. Y luego llegó un correo, y después nos fugamos juntos a ese puente en Alemania. Subiste al tercer día y subí a buscarte, bajaste cuando llegó el verano y te seguí donde Eurídice. Me acostumbro a tus Eneros de ausencia sea del otro lado del Río o miles de millas al norte. Guardo con mucho cariño esa noche que compartimos preparando ese trabajo para Fernando. Esa comida rica de la otra cuadra, el modo en el que corrimos por la avenida bajo la lluvia, lo rápido que me dormí y las galletitas que me preparaste la mañana siguiente antes de ir al trabajo. ¿Podrás perdonarme algún día? Ya lo hiciste, pero esta oportunidad no puedo despreciarla. No puedo permitir que mis otros-yo mismo te desprecien.
La retórica del un encuentro desdice muchas veces lo que hemos aprendido en los claustros de una universidad. Con Jorge aprendimos que para Lacan una carta siempre llega a destino, sin embargo muchas veces el destinatario no responde. Es cierto toda carta espera una respuesta, como este texto mal puntuado que estoy escribiendo ahora. Todo lo que se dice y se escribe espera una respuesta. Aun no tengo la tuya, el reencuentro no efectuado pero constantemente obligado y cotidiano. Muchas veces el hablar a diario con aquel que se ha perdido es también un modo del reencuentro. Te veo todo el tiempo y siento lo que de seguro atravesó la cabeza de Grace al ver la figurillas de cerámica en el escaparate de la tienda de Dogville. Es un mundo alcanzable que se torna infinitamente lejano, muchas veces tu cercanía me demuestra la lejanía que tenemos.
Empezar de nuevo, esa ilusoria propiedad que tienen los calendarios, en pocos días todo habrá pasado y el conteo se reiniciará. Una nueva farsa se montará en escena. Cuando me levante en la mañana del primero de Enero de 2007 todo será igual que ayer, seguiré teniendo los mismos problemas, seguiré estando enamorado de vos que no me dejas en paz ni en sueños, seguiré queriendo cambiar mi vida, seguiré triste por mi papá y preocupado por la muerte. Seguiré enfrentando los embates diarios de la rutina y seguiré soñando con el momento de romper esas distancias que me alejan de algunos. Siempre tendré miedo de que todo se acabe, en fin nada es para siempre. Todo seguirá igual, de la misma forma. La diferencia es que tengo todo un año por delante para hacer algo con estas cosas. ¿Promesas vanas? claro que si, pero muchas veces gracias a vanidades y a pequeños engaños se puede atravesar esta selva oscura.