Juan en el Paraíso

sábado, marzo 31, 2007

Otherness

“En el fondo podríamos ser como en la superficie” pensó Oliveira, “pero habría que vivir de otra manera. ¿Y qué quiere decir vivir de otra manera? Quizá vivir absurdamente para acabar con el absurdo, tirarse en sí mismo con una tal violencia que el salto acabara en los brazos de otro. Sí, quizá el amor, pero la otherness no dura lo que dura una mujer, y además solamente en lo que toca a esa mujer.
En el fondo no hay otherness, apenas la agradable togetherness. Cierto que ya es algo”... Amor, ceremonia ontologizante, dadora de ser. Y por eso se le ocurría ahora lo que a lo mejor debería habérsele ocurrido al principio: sin poseerse no había posesión de la otredad, ¿y quién se poseía de veras? ¿Quién estaba de vuelta en sí mismo, de la soledad absoluta que representa no contar siquiera con la compañía propia, tener que meterse en el cine o en el prostíbulo o en la casa de los amigos o en una profesión absorbente o en el matrimonio para estar por lo menos solo-entre-los-demás? Así, paradójicamente, el colmo de soledad conducía al colmo de gregarismo, a la gran ilusión de la compañía ajena, al hombre solo en la sala de los espejos y los ecos. Pero gentes como él y tantos otros, que se aceptaban a sí mismos (o que se rechazaban pero conociéndose de cerca) entraban en la peor paradoja, la de estar quizá al borde de la otredad y no poder franquear lo. La verdadera otredad hecha de delicados contactos, de maravillosos ajustes con el mundo, no podía cumplirse desde un solo término, a la mano tendida debía responder otra mano desde el afuera, desde lo otro”
*de Rayuela de Julio Cortázar(Cáp. 22)
Este fragmento me lo regaló E. una noche lluviosa de verano mientras hablabamos de la vida, los amores y tantas cosas maravillosas. Todavia puedo recordar el ruido que hacía la lluvia contra el vidrio mientras hablabamos.

domingo, marzo 25, 2007

Bibliofilia





Vuelvo a leer con agradable asombro unas líneas de Carlos María Domínguez:

“Me pregunté muchas veces por qué conservo libros que sólo en un futuro remoto podrían auxiliarme, títulos alejados de mis recorridos más habituales, aquellos que he leído una vez y no volverán a abrir sus páginas en muchos años. ¡Tal vez nunca! Pero, ¿cómo deshacerme, por ejemplo, de El llamado de la selva, sin borrar uno de los pocos ladrillos de mi infancia, o de Zorba, que selló con un llanto mi adolescencia, de La hora veinticinco y de tantos otros hace años relegados a los estantes más altos, enteros, sin embargo, y mudos, en la sagrada fidelidad que nos adjudicamos?
A menudo es más difícil deshacerse de un libro que obtenerlo. Se adhieren con un pacto de necesidad y olvido, tal como si fueran testigos de un momento en nuestras vidas al que no regresaremos. Pero mientras permanezcan ahí, creemos sumarlos. He visto que muchos fechan el día, el mes y el año de la lectura; trazan un discreto calendario. Otros escriben su nombre en la primera página, antes de prestarlos, anotan en una agenda al destinatario y le añaden la fecha. He visto tomos sellados, como los de las bibliotecas públicas, o con una delicada tarjeta del propietario, deslizada en su interior. Nadie quiere extraviar un libro. Preferimos perder un anillo, un reloj, el paraguas, que el libro cuyas páginas ya no leeremos pero conservan, en la sonoridad de su título, una antigua y tal vez perdida emoción.
Sucede que al fin, el tamaño de la biblioteca importa. Queda exhibida como un gran cerebro abierto, bajo miserables excusas y falsas modestias. Conocí a un profesor de lenguas clásicas que demoraba. Adrede, la preparación del café en su cocina, para que la visita pudiese admirar los títulos de sus anaqueles. Cuando comprobaba que hecho estaba consumado, ingresaba a la sala con la bandeja y una sonrisa de satisfacción.
Los lectores espiamos la biblioteca de los amigos, aunque sólo sea por distraernos. A veces para descubrir un libro que quisiéramos leer y no tenemos, otras por saber qué ha comido el animal que tenemos enfrente. Dejamos a un colega sentado en la sala y de regreso lo hallamos invariablemente de pie, husmeando nuestros libros”

*De La casa de Papel (Cáp. I)






Muchas veces me ha pasado de husmear y codiciar libros de bibliotecas ajenas. Siempre uno compara con sus amigos, conocidos, profesores y colegas de estudio o de sangre la posesión o no de un libro. Siempre recordaré la tristeza que me dio que mi tía tuviera la edición del Quijote de Martín de Riquer en su “biblioteca” rodeada de libros de cocina y de acupuntura. Durante años quise la edición de Sir Gawain and the Green Knight que tenía Diego. Siempre que iba a su casa lo tomaba del anaquel y lo miraba, hasta que un día en un acto de absoluto desinterés y de amistad me regaló el volumen que ahora integra parte de mi colección. Muchas veces fantaseo por saber cómo serán las bibliotecas de mis admirados profesores universitarios. ¿Qué libros tendrá Jorge Panesi o Pablo Cavallero? Cuántas ediciones de El castigo sin venganza tendrá Melchora Romanos. Lo más sorprendente se dio cuando me mudé y tuve que darle sistematización a mi propia biblioteca, que lejos está de ser completa, pero que me enorgullece absolutamente. En el proceso fui encontrando libros antiquísimos que no veía, ni leía desde que era un adolescente, a su vez advertí una proliferación de ediciones de las Novelas Ejemplares de Cervantes que antes no había reparado. En fin uno debe separar, clasificar y ordenar la legión bibliográfica para exhibirla como una madre orgullosa. Una tarea ardua pero no menos reconfortante.





*Fotos: Mis bibliotecas

miércoles, marzo 14, 2007

Trayectoria amorosa y pastiche intelectual




Repetidas veces me encuentro en terapia hablando de lo mismo. No me veo saliendo con alguien que no se preocupe por las mismas que cosas que a mi me gustan. La fauna puanicola como solía llamar un amigo mío que estudiaba Filosofía, tiene una serie de mecanismos esperables, como un canon de temas, anécdotas y hasta un léxico que le son propios.
Esto lo digo con pleno conocimiento de causa, porque tantísimas veces me he puesto hablar de la YOD I en medio de una cena o de los manuscritos medievales mientras saboreaba un milk-shake en Volta. Nos cuesta muchas veces no ser fundamentalistas, cuando alguien confunde narrador con autor, o cuando se habla de Cervantes deslizando una inexistente frase: “Ladran Sancho, señal que cabalgamos”. El punto es que nos cuesta, en realidad me cuesta, compartir mi vínculo amoroso con alguien que no me pueda seguir en estos debates innecesarios. El paso del tiempo y la magnifica desintoxicación del psicoanálisis me hizo caer en la cuenta que mute mis preferencias y que ya no me importa tanto si alguien me sigue en una ironía balzaciana o en una lamento kafkiano. A propósito Ceci me recomendó una canción de Kevin Johansen que pone en música alguna de estas reflexiones.



La conoci en una bailanta todo apretado
Nos tropezamos pero fui yo el que se puso colorado
Era distinta y diferente su meneada
Y un destello inteligente habia en su mirada...

Cuando le dije si queria bailar conmigo Se puso a hablar de Jung, de Freud y Lacan
Mi idiosincracia le causaba mucha gracia
Me dijo al girar la cumbiera intelectual
Me dijo al girar... esa cumbiera intelectual...

(“Jung, Freud, Simone de Beauvoir, Gothe, Beckett, Cosmos, Gershwin, Kurt Weill, Guggenheim...”)

Estudiaba una carrera poco conocida
Algo con ver con letra y filosofia
Era linda y hechizera su contoneada
Y sus ojos de lince me atravesaban
Cuando intenté arrimarle mi brazo

Se puso a hablar de Miller, de Anais Nin y Picasso
Y si osaba intentar robarle un beso
Se ponia a leer de Neruda unos versos
Me hizo mucho mal la cumbiera intelectual
No la puedo olvidar... a esa cumbiera intelectual

(“Paul Klee, Ante Garmaz, Kandinsky, Diego, Fridha,Tolstoi, Bolshoi, Terry Gilliam, Shakespeare William...”)

Si le decia “Vamos al cine, rica”
Me decia “Veamos una de Kusturica”
Si le decia “Vamos a oler las flores”
Me hablaba de Virginia Wolf y sus amores
Me hizo mucho mal la cumbiera intelectual
No la puedo olvidar... a esa cumbiera intelectual...

Le pedi que me enseñe a usar el mouse
Pero solo quiere hablarme del Bauhaus
Le pregunté si era chorra o rockera
Me dijo “Gertrude Stein era medio tortillera”
No la puedo olvidar...

Yo no quiero que pienses tanto, cumbiera intelectual!
Yo voy a rezarle a tu santo para que te puedas soltar...Para que seas mas normal

(Jarmusch, Cousteau, Cocteau, Arto, Maguy Marin,Twyla Tharp, Gilda, Visconti, Gismonti...)

Aprendi sobre un tal Hesse y de un Thomas Mann
Y todo sobre el existencialismo Aleman
Y ella me sigue dando catedra todo el dia
Aunque por suerte de vez en cuando su cuerpo respira

Su cuerpo respira, su cuerpo respira
Yo no quiero que pienses tanto, cumbiera intelectual
Yo voy a rezarle a tu santo, para que seas mas normal
Para que te puedas soltar...Cumbierita, cómo la quiero...!