Juan en el Paraíso

viernes, enero 09, 2009

/Agritudo/

So, quick, let's go!
It's time for a ride!
The future is yours.
No, wait, I lied!
It is not yours.
It is a replica
Of scattered ash and the road the rain's on...
Destroyer- What Road


A las tres de la tarde de un martes lluvioso jugaba con envoltorio vacío de azúcar en el clásico bar puanícola que está en Callao y Corrientes. Martín se había retrasado una hora, lo que en el tiempo paralelo de su mundo misterioso no era más que unos pocos minutos. Barajaba cuál sería la noticia tan importante que tenía que darme que no podía esperar hasta la cena de esa noche en mi casa. El agua de lluvia golpeaba fuertemente contra la vidriera del bar, dibujaba formas extrañas que eran aun más extrañamente interpretadas por mí, al punto tal que un psicoanalista jamás podría haber considerado otra opción que encerrarme por psicótico. Pero la real psicosis que yo atravesaba poco tenía que ver con métodos alemanes de análisis de imágenes, por el contr­­­­­­ario los silencios de Martín y sus premuras no anónimas, sino con voluntad de anonimia no podían vaticinar algo positivo.
No sabía como acomodarme en la silla. Estiraba las piernas, las cruzaba, apoyaba la cabeza sobre la mesa, rompía el papel del ticket de cobro, analizaba estética y estilísticamente la carta del menú y fisgoneaba todo lo que podía las conversaciones que mantenían un grupo de taxistas mientras jugaban al billar. Todo el espacio había sido analizado de forma detalla, casi como la exhaustiva descripción de un novelista del realismo decimonónico.
Martín llegó y entró por la puerta como una ráfaga negra. No vestía el impermeable azul que habíamos comprado juntos en San Telmo en tiempos inmemoriales así que me costó distinguir que era él. Estaba todo mojado y las gotas de agua le corrían por el cuello. Le hice una seña para que me reconociera y se acercó con cierta petulancia, como un pavo real que va agitando sus plumas elegantemente mientras camina por un prado verde. “Hola amor” le dije. No contestó el saludo. Se desplomó en el asiento como si se tratara de un helado de crema que se había quedado al sol. “¿Te pasa algo Martín?” pregunté con más miedo que preocupación. Me miró a la cara, aunque me di cuenta que sus ojos no enfocaban los míos, sino que miraba la imagen del televisor que estaba atrás mío. “Federico”, dijo. No podía ser bueno, él nunca me llamaba Federico, salvo que algo apocalíptico estuviera por pasar. No me atreví a contestar ese temerario vocativo, así que llamé al mozo y le pedí un café. “Federico, yo quería hablar con vos porque pasó algo inesperado”, yo lo miré y mientras le secaba unas gotas de lluvia de la frente con una servilleta de papel le dije: “¿Qué pasa Martín? El silencio lo controló por unos diez o quince minutos, todo lo que se escuchaba era el ruido de las tazas de café que los mozos acomodaban en la estantería de metal, las risas de los taxistas, la lluvia golpeando contra el vidrio y un griterío difuso que salía del televisor.
Me miró detenidamente y sus labios se movieron. No escuché nada de lo que dijo porque en ese mismo instante el dueño del bar subió el volumen del televisor. “¿Qué dijiste?, no te escuché” volví a preguntar. Escuché el silbido de su suspiro asmático y repitió, muy a su pesar creo: “Me encontré con Geraldine y queremos recomponer lo nuestro”. Creo que mi mandíbula se desencajó y sólo podía escuchar el sonido del televisor: “Yo no le voy a contestar porque para mí es como un decorado porque está reemplazando a la señora Stegmann. Así que es una auxiliar, una suplente. ¡Y no me doy por aludida! Como sabe que tiene un papel de suplente y se va en una semana, ya con los cornalitos tuve bastante”
Traté de entender qué era lo que me estaba diciendo pero no podía dejar de repetir en mi cabeza la voz de Moria Casán. “Contestále, contestále al otro gato.” Decía la Rucci a lo lejos y casi en un plagio súbito Martín esperaba que yo conteste.
“Así que te volviste a juntar con esa mina… y ahora ¿qué carajo se supone que vas a hacer conmigo?” Le dije con el tono más imperceptible que tenía y con la boca muy seca por los nervios. Martín no podía sostener la mirada, no sabía que decir muy posiblemente porque no tenía nada más que decir. “Yo te quiero mucho Fede, pero yo quiero armar mi vida de una vez por todas” dijo. “¿Armar tu vida? Pregunté mientras me retenía el llanto en la traquea. ”Lo que usted dijo con respecto a los contratos y al jurado, y yo no tengo nada que ver porque no soy empresario, no es inocente. Usted es inteligente, ¿para qué lo hizo? ¿Para dar que hablar?
-No, yo conté una experiencia que me pasó el año pasado y este año yo veía que venía por ese lado y que faltaba poco para que desembarque todo lo que está pasando hoy. Pero no lo digo yo, lo dicen en todos los programas de televisión
- ¿Y a usted en qué la salpica?”
“¿A mí te pensás que esto no me afecta? ¿Quién carajo te pensás que soy? ¿Vos sabés lo que yo quiero para mi vida? ¿Alguna vez me lo preguntaste?
“Opino porque a mi me paso algo parecido el año pasado”
“Fede, yo tengo algo con vos que no puedo explicar, pero yo necesito seguridad para rehacer mi vida. Y… lo nuestro no puede funcionar desde ese lugar” Decía sin mover demasiado la boca, como intentando ocultar sus ásperas declaraciones del resto de la concurrencia. Yo, en cambio, no paraba de gesticular como una sacerdotisa poseída y de mover las manos al punto tal que volqué un vaso de soda sobre la mesa.
“Seguramente el motivo del clip con esa leche derramada hace que Celina, que viene por unas pocas semanas, vuelque mala leche en el certamen”
El ruido del vaso de vidrio se multiplicó en mil repeticiones, haciéndose escuchar en todo el salón. Martín perturbado por la escena me agarró del brazo y me dijo: “¡Federico, por favor mirá lo que haces!” Sus ojos se volvieron cuchillas amenazadoras. Lo miré y me maquillé una sonrisa de bronca, cinismo y dolor.
Y yo a esa sonrisa le voy a contestar, me lo guardé hasta ahora con la oferta que me hiciste el año pasado un día que me dijiste: “Si firmo con vos me salvás” Y yo te dije, y el testigo es Cherutti
-¡Pará, pará Gerardo!
-Viniste a mi camarin y…
-¡Yo estaba dando una nota diciendo, que por ahí firmaba con Cherutti y tu contador llamó a mi marido, para decirle “Ya tiene que firmar conmigo”!”
“Lo único que te importa es quedar mal, ¡sos un hijo de mil putas, Martín!” Le grité mientras intentaba zafarme el brazo. “¿Qué mierda es tener una vida más tranquila?, ser más heterosexual supongo… ¡sos puto Martín, bancátela! Deja de jugar al chico social y aceptá de una vez quien carajo sos” Su brazo agarraba el mío, pero sus ojos no querían/podían/se permitían mirar los míos. Sabía que tenía razón que quería tener la vida correcta, esa vida de la que su padre se sentiría orgulloso; y un homosexual no encajaba ahí.
“¡Yo te dije que no me interesaba firmar con vos! ¡Así que no te hagas la santa!”
“Yo nunca te prometí nada Fede” me dijo tratando de calmar la tempestad que tenía en frente. “Creo que buscamos cosas diferentes y esto no puede funcionar”
-¡Yo de santa no tengo nada, pero vos tampoco!
“Funcionar”. Eso era lo que para Martín era la vida… situaciones que pueden o no pueden funcionar, con suma liviandad quería enterrar no sólo todo un pasado abominable, sino también el presente más inmediato que había resultado bueno. “Decime… ¿cuándo la viste a ella?” pregunté con lágrimas en los ojos y abollando con las manos una servilleta de papel.
“-Además que te eché de mi camarin lo llamé a Miguel Ángel Cherutti y le dije quedáte tranquilo.
-Miguel estaba más que tranquilo porque ya hacía meses que habíamos firmado.”

Su silencio incomodo dejaba entrever aún mas cosas ocultas y una vez más mi paranoia me daba la razón: “Lo venimos hablando desde hace un tiempo” dijo agarrándose la cabeza como buscando empatía conmigo.
Me sentí como si una claraboya de cristal de astillara en mil pedazos sobre mi cabeza, y casi podía sentir uno a uno los vidrios calvándose encima mío.: “¿Te acostaste con ella?” contestó “Si”: sentí mil vidrios clavándose en mi hombro. “¿Hace cuánto que sabías que me ibas a dejar? contestó: “Lo decidimos hace unas semanas”. Ese plural fue una herida que me atravesó desde la cabeza a los pies.
“Perdonen que haya tenido un intercambio con el jurado, pero yo también me la guardé hasta acá”
“Yo también me la guardé hasta acá” dijo la Rucci. Yo también me había guardado hasta acá muchas cosas y era el momento de abrir la boca de una vez y para siempre. “Sabes que Martín”, le dije mientras guardaba unas cosas en mi bolso. “Vos sos un cadáver, nunca vas a tener vida porque te refugias en lo que crees que te hace bien, en aquello que tapa tus miedos. No sos un hombre, no sos nada. Te crees que la vida es cruel, ¡Despertáte! Estás tan atemorizado con todo que no sabés ni lo que querés. Yo no puedo amarte, nadie puede amarte, Martín; dejá de escudarte en los otros y por una puta vez admití que no tenés idea de un carajo. Yo ya terminé, el café está pago”. Me levanté y salí.

lunes, enero 05, 2009

Reincidencias astrológicas

“Lo habían hecho todo. Se habían desflorado y raptado de sus respectivas familias; habían vivido y viajado juntos; juntos habían sobrevivido la adolescencia y luego la juventud y asomado la cabeza a la vida adulta; juntos habían sido padres y llorado al muerto diminuto que nunca llegaron a ver; juntos habían conocido maestros, amigos, idiomas, trabajos, placeres, lugares de veraneo, decepciones, costumbres, platos raros, enfermedades—todas atracciones que podía ofrecerles una versión prudente pero versátil de esa mezcla de sorpresa y fugacidad que se llama normalmente vida.
Alan Pauls, El Pasado
LOS ENCUENTROS con Martín se habían vuelto regulares desde aquella noche. Pasábamos largas jornadas en su departamento, mirando televisión, teniendo sexo, cocinando o mirando cosas en internet. Lo había redescubierto de una forma inusual. Ya no había largas peleas sobre los horarios, los golpes, las copas rotas, las adicciones; todo aquello estaba superado y lo que había sido un mal recuerdo, hoy volvía a ser una posibilidad de rehabilitar nuestra historia de amor.
— ¿Qué estas mirando?
—Una revista Caras. Respondí. Mientras me acomodaba los anteojos.
— La alta cultura. Dijo mientras subrayaba una página de Leibniz.
— Mirá a Jonathan Rys-Meyers saliendo del supermercado. Le dije mientras señalaba la foto de la revista.
— ¿Así sale vestido al supermercado?
—Y si… es una estrella de Hollywood tiene que estar presentable en todas las ocasiones por cotidianas que sean. Mi respuesta no cubrió las expectativas argumentativas elementales que un aspirante a filósofo pretendía, pero me miró, se acomodó sus lentes y dio vuelta la página.
Buscando distraerlo, le quité el libro de las manos y me subí encima de él. Lo miré fijo y apenas hizo a tiempo a quitarse los anteojos, cuando ya mi boca estaba sobre la suya y mis brazos rodaban su cuello. Leibniz y Rys-Meyers se desparramaron sobre la cama y supongo que no pudieron no sonrojarse ante el espectáculo sexual. Cuando terminamos (por segunda vez esa mañana) quedamos abrazados bajo la delgada sabana de tela que apenas lograba cubrirnos a ambos y para quebrar el silencio de la habitación dije: — ¿Estaremos astrológicamente destinados a estar juntos? El cinismo de Martín no tardó en hacerse escuchar: —No se si a estar juntos, a coger juntos seguro. Odiaba como sonaba la palabra “coger” cuando salía de su boca, quedaba como muy “chonga”, algo desagradable que no me excitaba para nada (Si ya lo sé… una palabra muy gay para describir a una muy heterosexual) Lo cierto es que no iba a quedarme con la “espina astrológica” y deseaba saber qué me auguraba esta reincidencia, y si al menos, yo contaba con el consentimiento de los astros. Recordé que Elizabeth me había pasado una página web que sacaba las coincidencias de parejas a partir de datos astrológicos y me dispuse a averiguarlo.
— ¿Qué hacés? Pregunto Martín con ese tono entre escéptico y acusador.
—Estoy sacando nuestra compatibilidad astrológica en una página web.
La cara de Martín se ruborizó, no por vergüenza sino como antesala de lo que fue una estridente carcajada. Minutos después estaba fumando un cigarrillo esperando la respuesta del ordenador:

La atracción hacia otra persona, es raramente tan simple como creemos en el momento en que experimentamos esa fascinación inicial. Lo que primero registramos acerca de otra persona, es sólo la punta de un profundo y complejo iceberg. Federico y Martín son dos individuos diferentes, cada uno de ellos aporta a la alquimia de la relación. ¿Pero qué tiene de especial la atracción? ¿Qué les une?

—Eso es lo que queremos saber… Dije mientras ansiaba que la página bajara con más velocidad.

Existen diferencias entre los dos. Por ejemplo, Federico es a menudo más emocional e "irracional" que Martín, quien es usualmente más cabeza fría y razonable. A veces, Federico quiere ser consentido o mimado, lo cual Martín no está inclinado a hacer. Pero en muchas otras cosas son compatibles.

— ¡Viste! Esta colección de algoritmos predecibles y enunciados tautológicos dice que yo soy el más racional de la relación. Se jactaba mientras encendía el segundo cigarrillo.
—Si claro, siempre y cuando te mantengas alejado de una botella de alcohol. A ver que más dice…

Tienen un excelente acuerdo mental, disfrutan cada uno de la inteligencia, ingenio y estilo del otro. Los dos son muy sociales y prosperan con la interacción con la gente, actividades culturales y conversaciones.

Definitivamente que éramos los dos muy sociables. Siempre estábamos rodeados de amigos, conocidos, amigos de amigos. Nos gustaba compartir la vida en grupo y también fusionar diferentes grupos. Sin embargo, también disfrutábamos las horas de silencio compartidas en un mismo cuarto. Martín podía pasar horas leyendo sus libros y yo frente a la computadora escribiendo sin hacer menor caso a la actividad del otro, aunque nos perturbábamos con ligera facilidad si alguno dejaba su lugar en busca de un café. Pero el rasgo de alta sociabilidad de Martín también había tenido su contrapartida negativa; podía encontrar a un oportuno amante (hombre o mujer) entre los anónimos y conocidos de una fiesta o se podía acoplar con facilidad a la “mesita merquera” que proféticamente surgía en alguna de las reuniones a las que asistíamos.

Si los dos se encuentran envueltos en un área imaginativa o artística, entonces encontrarán que la relación es inspiradora. El lado poético, artístico o místico de ambos aflora. La elevada intuición y sensibilidad emocional puede ser muy productiva en la práctica o asuntos de negocios, aunque se hace difícil la concentración en más asuntos mundanos. Si cualquiera de los dos tiene un problema psicológico, de alcohol o drogas, esto puede "hacer o deshacer" su relación, por intensificar el problema o finalmente vencerlo.

—Che, esta maquina si sabe parece… Dijo Martín con un ligero temblor en su mano derecha pero con una ironía recalcitrante en el ápice y continuó —Es obvio que si compartimos una serie de gustos artísticos, literarios o lo que sea nuestra relación va a ser muy fructífera y también es obvio que si compartimos nuestra pasión por Chagall o por Hegel nunca vamos a acordarnos de pagar las expensas.
— ¿Y en cuanto a los excesos, también te parece una tautología, también “se cae de maduro”? Increpé yo, mas enojado por su “astrolofobia” que por lo infelices que habíamos sido en el pasado.
—Fede… eso es así. Te la bancás o no. Terminó de decir eso y me abrazó por detrás mientras yo continuaba con mi pose de escriba frente al monitor.

Disfrutan de compartir los deseos, ideales, temas sociales, sueños y fantasías. Funcionan bien juntos en áreas que requieren de una gran imaginación, tales como el arte y la música. Existen muchas diferencias en sus hábitos y gustos personales. Se inclinan a enojarse con facilidad por las menores diferencias. La tendencia a irritarse sobre las diferencias mayores de opiniones y a ser desconsiderado hacia el otro pueden hacer que se sientan incómodos. No es probable que estos enojos conduzcan a otros mayores o que amenacen la integridad de la relación, pero son una molestia.

—Vos te irritás con mucha facilidad. Me dijo mientras se acomodaba el pelo.
—Yo no me irrito con facilidad es que el mundo me provoca constantemente y yo reacciono.

Federico quiere y necesita seguridad, razones, un hogar, un sentido de pertenencia, lazos familiares íntimos. Federico necesita ser necesitado y se inclina a sofocar a los que ama, y puede ser más padre o madre que un amante con Martín. Martín, por el contrario, quiere más una pareja romántica que un padre. Así las diferencias pueden surgir a pesar de la lealtad a la familia (Federico) versus darse tiempo y atención a los dos como pareja (Martín)

— ¿Vos sentís que soy como un padre? Martín miró fijo la pantalla y parecía estar mudo. Yo recordé todas las veces en las que me había comportado como mi madre judía, lo cruel e intransigente que habían sido mis abordajes y las veces que lo había maltratado sintiéndome su dueño. La página tenía razón, yo siempre había querido moldearlo a mi imagen, creyendo que lo único que valía era mi sistema de creencias, mis infantiles ideas acerca del bien y el mal. Yo quería ayudarlo a dejar el pasado atrás, quería que fuera feliz pero nunca le había preguntado o lo había instado a que encuentre qué era la felicidad para él. Nunca había sido Cameron Diaz preguntándole a Tom Cruise: “What is the happiness to you David?” No se lo había preguntado jamás.

Están propensos a ser un poco soñadores e irrealistas con la otra persona, y pueden llegar a enamorarse de un ideal, a tener un trato superficial (tal como el derivado del status social o por intereses materiales), y a mentirse mutuamente. Deben preguntarse a sí mismos:"¿me he enamorado de una persona o simplemente de la imagen de esa persona?

Mientras leíamos esto yo me preguntaba si podía ser verdad. ¿Qué había amado de Martín? ¿Había sido su condición de príncipe solitario, de un joven de ojos verdes y cuerpo esculpido que recitaba Kant de memoria en un asado familiar y que no recordaba el tacto de las manos de su madre a la que había perdido a sus cortos dos años de vida? ¿Quería salvarlo de qué, de quién? Acaso quería salvarme yo, pensando que en otro estaría la puerta de salida a mi propia y torturada imagen de mujercilla burguesa del siglo XIX. Hubiese deseado saber qué pensaba Martín pero no se lo pregunté.
La clave de la relación de Federico con Martín es el sentimiento erótico. La palabra eros, que viene del Griego…

— ¿Es así? Preguntó con vos inquisidora
—Si es así. Contesté con satisfacción docente.

…no es necesariamente lo mismo que la sexualidad, aunque es muy posible que usted y su pareja ejerciten mucho más el sexo que el erotismo.

Martín se sonrió y apuesto mi médula a que tuvo en su cabeza una rápida selección de las imágenes más pornográficas que alguna vez supimos interpretar.

Su vínculo es profundamente romántico en su núcleo y enfatiza la unión y el placer, pero también contiene un espíritu poderoso e independiente que puede causar que ambos se opongan a convertirse en una pareja estable.

— ¡Somos muy intempestuosos! Dije yo con una satisfacción balzaciana.

Deben tratar de evitar el relacionarse en actividades clandestinas, engañosas o desequilibradas psicológicamente.

—Esto no nos está diciendo nada que no sepamos o que no hayamos sabido a las trompadas. Dijo muy suelto. —Lo supiste el primer día que me conociste en la casa de Elizabeth. Soy un merquero conflictivo.
—Ya no sos un merquero.
—No, peor ahora soy un ex merquero, soy un ex novio tuyo pero no dejo de ser eso. Lo único que cambió es que tiene una partícula adelante que intenta indicar: “dejo de serlo” donde en verdad quiere decir “esta tratando de no serlo mas”.
Lo abracé, me apoyé en su hombro y cerrando los ojos le dije: —No digas eso. Ahora todo es diferente.
—Nada es diferente Fede. Más tarde o más temprano lo voy a arruinar todo. Unas semanas de calidez y romance, no es toda la vida. Y yo soy especialista en no ser.

domingo, enero 04, 2009

La noche boca abajo

“Tenia yo en aquel momento un concepto distinto de las relaciones sexuales; quería a una persona, quería que esa persona me quisiera y no pensaba que uno tenía que buscar, incesantemente en otros cuerpos lo que ya había encontrado en uno solo; quería un amor fijo, quería lo que tal vez mi madre siempre quiso, es decir, un hombre, un amigo, alguien a quien uno perteneciese y que le perteneciera”
Reinaldo Arenas
Antes que anochezca
MIENTRAS refunfuñaba por el cambio repentino de planes de Germán y Carolina, trataba de prender los botones de mi nueva camisa rayada con la falaz precisión de un cirujano ebrio. La noche estaba por empezar, y en mi caso particular, esta noche implicaba un regreso dilatado lo más posible en el tiempo. Había quedado con Helena que la pasaría a buscar antes por su casa y que juntos iríamos a pie disfrutando de una noche incómodamente confortable. Mientras caminaba desde la parada del colectivo 19 o 29(nunca recuerdo los números exactos de ninguno de los que tomo) pensaba en cuál sería la fórmula matemática adecuada que pudiera dejarme calcular alguno de los irrefrenables y espontáneos sucesos que viviría dentro de una hora.
Cuando llegué al umbral de la casa de Helena ella me esperaba con un vestido entre gris azulino o verde que bajo los focos de la calle la hacía parecer una muñeca de vidrio resplandeciente. Tenía el pelo rojizo recogido sobre los hombros y una pequeña carterita verde que sostenía de una sola de sus manecillas. Nuestro habitual y afectuoso abrazo y la indagación del ojo ajeno mutuo acerca de nuestros atuendos, dejó en claro nuestro miedo a no ser lo suficientemente anónimos en la muchedumbre de jóvenes hombres del bar al que iríamos. Decidimos caminar por las calles bajo la luna y los faroles amarillentos que hacían parecer a la ciudad como un microondas encendido.
— ¿Es verdad que te desmayaste?— Preguntó entre presurosa e intrigada
— Si. Contesté entre apenado y orgulloso de mi hazaña austeniana.
— Cuando me enteré de eso, recordé mi cuento, el que te había mandado. ¿Te acordás que la protagonista se desmaya y así conoce a un hombre en una esquina?
— Si. Contesté.
Recordaba cada párrafo del cuento que Helena me había dejado dentro de un sobre en el buzón de mi casa. Yo no sería salvado por ningún hombre misterioso y guapo, por el contrario, debí arrastrarme medio inconsciente hasta la cama de mi habitación. Caminamos por un largo rato entre las arboledas y callejuelas de Almagro. Helena era para mí un regreso permanente y atesoraba cada instante en que pasábamos juntos. Luego de un año lejos de ella, haber vuelto a frecuentarla alimentando una cotidianeidad evanescente fue el reto primordial a la hora de recomponer nuestro vínculo. Ella era para mí todo lo que yo hubiese deseado en una mujer (en mi mujer) si hubiera sido heterosexual. Pero nuestro vínculo era mucho más que eso. Helena me sacó del ostracismo auto impuesto, con ella conocí los excesos de la poesía americana de los sesenta y los lúgubres recovecos de Emily Dickinson. Helena me acompañó de la mano por los campos y desiertos de la literatura argentina y supo guardar silencio para escucharme cada párrafo emitido por mis impertinentes cuerdas vocales. Una vez más me arrancaba de las garras depresivas de la oscuridad de mi casa y de las miradas tristes que me echaba Edith Piaff desde un DVD de oferta.
Llegamos a la puerta del bar y allí esperaba, con su cabellera griega, Griselda. Nos abrazamos y besamos como ya era costumbre y decidimos esperar adentro que llegue el resto de la gente. Volver a ese espacio oscilante entre Cortazar y Petronio me evocó toda una época que, a modo de ilusiones esquizofrénicas, venían de un sentido por vez. El lugar mantenía una estructura semejante y había hombres adónicos y agónicos por doquier. La luz violeta astillaba en mil pedazos de vidrio los ojos y las bocas de los maniquíes revestidos de blanco que simulaban un marfil barato. Las mesas estaban atestadas de copas de cristal llenas de líquidos de colores rojizos que emulaban un banquete sanguíneo. Las locas bebían desaforadamente, como ávidas de la sangre que a sus cuerpos esmirriados les faltaba. La pasarela por la que transitamos con Helena y Griselda era como un mercado de antigüedades, todos miraban y contenían el deseo de tocar al objeto avistado. Debo reconocer que por un momento me sentí complacido de atraer las miradas de aquellos, sean de aprobación, sean de desden uno se sentía una pieza cubista extraña en medio de un subasta inglesa. Todos los presentes evaluaban si era prudente seleccionar un lote u otro.
Germán y Carolina se apersonaron muy rápidamente, posiblemente hubieran deseado estar desnudos en su cama acariciándose hasta el amanecer, pero su amistad franciscana y fidelidad masónica hacia mi persona no los dejaba tomar otra determinación más que la de acompañanarme. Cuando Germán entró por la puerta no pude evitar recordar lo que el día anterior me había dicho en la mesa del restaurante con una cerveza de por medio: “vos sos un buen amigo” Eso le bastaba al hombre para aventurarse al reino subterráneo de los “invertidos porteños” como diría un positivista de principios del siglo XX. Carolina estaba radiante, su larga cabellera estaba recogida con un broche de plata que hacía un brillo cristalino en el techo del bar, y su sonrisa perlada dejaba entrever una complacencia por el ambiente. Nos quedamos los cinco desangrando las copas por un rato largo.
El panorama no había cambiado mucho desde la última vez que había ido. En un flashback antediluviano recordé cada uno de los amores ocasionales que ahí había conseguido y cuan diferente era yo de aquel que se proyectaba en la arquitectura del lugar como un holograma fantasma de la memoria. Estreché la mano de Helena como necesitando volver de un sueño confuso y ella me miró sonriente. Rodeado de diversos amigos que fueron sumándose, contemplé las parejas de hombres que se besaban lujuriosamente. Al son de una música de los años ochenta, las parejas parecían desatar una catarata de caricias como tijeras que se iban clavando sobre el cuerpo de sus compañeros. Un jovencito bailaba con un hombre mucho mayor que él y se besaban con tal desenfreno, que hacía parecer al más viejo como una boa que tragaba la cabeza de una presa. El viejo mantenía una sinfonía bulímica: comía el rostro de su pareja y al momento lo vomitaba, dando lugar los combates de lengua de su compañero.
Bajo un sentimiento de outsider total, fuera del canon, fuera de mi época de oro, como una especie de Manuel Gálvez o de Eduardo Mallea de la homosexualidad, bailaba automáticamente buscando sentir lo que había ido a buscar.
Era evidente, el amor no estaría ahí. El mercado de los cuerpos, la facilidad sexual y la invitación a la espontaneidad pornográfica eran las únicas opciones que yo podía tener en cuenta. Opté por no buscar, por no forzarme a conseguir a alguien descartable, a otro más que engrose las filas de los amantes fácilmente olvidables.
Seguía el sonido ochentoso que extasiaba a las locas, que las obligaba a ser dueñas de una época que les daba la identidad de una historia que alguien había querido quitarles y que ellas (nosotras) afirmaban imitando los pasos de Madonna o moviendo las pestañas como Rafaella Carrá. Desdibujado por dentro, pero impostado por fuera me sorprendió un abrazo por detrás, una mano me tomó del brazo. No tenía la delicadeza de porcelana de la mano de Helena, ni el brillo multicolor de Carolina. Era como un biscochuelo extraño y esponjoso, no me di cuenta que era Martín hasta que me topé con su mirada de epistemólogo pensativo. No intercambiábamos miradas desde hacia por lo menos cinco años. Seguía sosteniendo su brazo y casi no podía resistir las ganas de morderlo. Él me miró y se sonrió. Yo lo miré y mordí mi labio inferior en señal de descontento y de anhelo.
— ¿Cómo estás? Me preguntó, con su calma habitual
—Bien. Respondí con una sonrisa de comercial de pasta dental.
Si mi vida tuviera un aparato crítico de notas (y espero que Dios me haya redactado alguno) Yo pondría: “Donde dice ‘bien’ quiere decir ‘mal’, quiere decir ‘dolido’, quiere decir ‘ embroncado’, quiere decir ‘no superado’, quiere decir ‘ me enteré que te ibas a casar con una estúpida profesora de francés’, quiere decir ‘no podes jugar al heterosexual’, quiere decir ‘no quiero que seas heterosexual para otra’ quiere decir ‘la herida esta lo suficientemente abierta como para seguir sufriendo’”
— ¿Qué es de tu vida? Pregunté con la curiosidad del gato antes de morir de un palazo en el cráneo.
— Bien, estuve de viaje por Francia, conocí París. ¿Te acordás que queríamos ir juntos a París? Decía mientras sus ojos brillaban como dos luciérnagas de gas azul.
— Si me acuerdo. Dije yo mientras apretaba con toda fuerza una moneda que tenía en el bolsillo trasero de mi jean.
— Me enteré por Elizabeth que vas a casar. Le escupí, como quien se atragantó con un hueso de pollo y se debate en morir ahogado o quedar mal frente a los comensales en una cena de gala.
— Si eso ya pasó. Las cosas con Geraldine no terminaron bien.
Cuando escuché el nombre de ella saliendo de su boca mi cuerpo se estremeció. Fue como si me clavaran un garfio de pesca en el paladar. Él me miraba como aquella primera vez, y me preguntó: — ¿Y tu novio portugués? SILENCIO INCOMODO — No estamos mas juntos. Contesté
Helena y Griselda miraban de lejos el retrato de dos amantes desdichados augurando la cachetada que hacía mucho me tenía reservada para Martín. Pero contra todos los pronósticos le acaricié la cicatriz de su ceja derecha. Eso éramos los dos, una marca fea que nadie podía borrar, una vieja historia que el pelo no disimulaba.
Inmediatamente necesité salir del bar. Les dije a mis amigos que no me sentía bien y salí por la puerta. En el umbral de la entrada frente aun grupo de locas que chillaban incoherencias. Martín me agarró del brazo otra vez, pero ya no me pareció un bizcochuelo, sino una barra de metal. Nos miramos fijamente y me dijo lo que yo deseaba haber escuchado cinco años antes: —Yo te lastimé demasiado. Mi cabeza era una coctelera de posibles respuestas interrumpidas por el ruido del 151 que pasaba por la calle Córdoba.
Tomamos un taxi y durante todo el viaje ninguno de nosotros habló, salvo para contestar monosilábicamente los comentarios del taxista. Llegamos a su departamento. A pesar de la hora, pude detectar las pequeñas diferencias. Flores sobre la mesa en lugar de botellas de cerveza vacías. Por primera vez las bibliotecas estaban llenas de libros y no de ceniceros usados y de cajas de pizza rancias. Ya no había restos de cocaína sobre el mantel, sino migas de pan tostado.
Le pregunté si había dejado de consumir y me dijo que si, que Geraldine lo había ayudado a salir adelante. No pude contenerme ante el impulso y le esputé: —Veo que ella consiguió lo que yo no pude. Martín miró el piso como buscando un objeto perdido y susurró: — Ella nunca consiguió lo que vos si. Nos quedamos en silencio por un rato. Con los ojos llorosos, se levantó y fue al otro cuarto. Yo creía que estaba viviendo un sueño o una pesadilla, o las dos cosas y que me iba a despertar en cualquier momento. Martín volvió de la otra habitación con unas mantas y unas almohadas, las estiró en el piso y me dijo: —Acostate conmigo acá. Yo lo miré como un Bernardo Gui. Sin sostenerme la mirada dijo: —Prefiero que nos acostemos en el piso. Dormí con dos hombres diferentes en la cama esta semana y no cambié las sábanas todavía. Increíblemente no dije nada. Me acosté y lo abracé, me abrazó. Lo acaricié, me acarició. Nos besamos. Pasé la noche boca abajo sobre su pecho, sintiendo el engranaje de su corazón roto y él sintiendo los silbidos de mi cerebro melancólico.
Estaba donde tenía que estar. Estaba donde había empezado. Por momentos tenía miedo de quedarme solo, entonces apretaba fuerte mi pecho con el pecho de Martín, no quería que se vaya, no quería irme.